viernes, 21 de julio de 2006

Feliz Santo.


Feliz Santo.

Hoy ha sido un día que comenzó mal, pero está terminando bien. Les relato parte de mis peripecias del día de hoy:

Primera estación: El deja-vú corregido.

El reloj despertador sonó temprano, y me levanté lentamente. Cuando quise tomar desayuno me di cuenta que el hervidor eléctrico se había pagado antes de tiempo y que de hervidor sólo tenía el nombre. Sin importar la temperatura del agua, tomé mi tasa y le eché tres cucharadas de azúcar, le vertí el agua a medio-calentar, y apareció un maravilloso engrudo. Al parecer justo fui a tomar la tasa que mi hermano menor había usado para contabilizar las tasas de harina para preparar un queque. Todo mi desayuno se fue a la cresta, y no me quedó otra que comenzar de nuevo.

Nuevamente puse el hervidor y esta vez si hirvió, por fin le hizo honor a su nombre. Tomé otra tasa, y la miré bien para no tener el mismo problema, no tenía nada y eso me hizo feliz. Pero no todo tenía que salir bien, cuando fui a tomar la azucarera me di cuenta que sólo le quedaban dos cucharadas y media de azúcar, y yo uso tres, el mundo se me venía abajo. En vez de ir a buscar otro paquete de azúcar a la despensa, empresa que no quería realizar, corté por lo sano y usé un terrón de azúcar de esos que mi madre guarda en caso de hipoglicemia. Puse una bolsa de té, vertí el agua, comencé a revolver, a revolver, a revolver, y a revolver, y el terrón no se quiso disolver nunca.

Alguna entidad espiritual no quería que hoy desayunara.

Segunda estación: La devoción forzada.

Al rato, cuando ya estaba listo, salí con el tiempo justo para la universidad, por suerte vivo cerca. No tenía sentido correr, así que para relajarme me puse a ver el paisaje durante mi camino, en especial los bellos árboles que están creciendo en el techo de la Basílica de Salvador; muy pronto será un monumento perdido bajo un bosque. Cuando miraba el techo de la iglesia, ocurrió un milagro. Que bueno que a pesar de lo dormido mis reflejos funcionaron ya que me tropecé con una baldosa suelta, y casi termino besando el suelo a los pies de la virgen. Todo eso ocurría en una fracción de segundo, mientras gritaba finamente, ¡Cresta!.

Al parecer, el cielo quería que yo me arrodillara ante nuestra señora. Quizás un preludio de lo que vendría más tarde.

Tercera estación: Las fotos rotas.
Cuando ya estaba a dos cuadras de la universidad, es una esquina sin importancia había un conjunto de fotos partidas a la mitad regadas por el suelo. Retrataban la graduación de una joven cuya identidad me es un completo misterio. La escena era triste, pero no tenía tiempo para mirar las fotos con detenimiento. Traté la mayor cantidad posible, en el menor tiempo. Entre las fotos que alcancé a ver, y que logro recordar, había una en donde estaba la joven sosteniendo su diploma al lado de alguien parecía profesor, en otra la misma joven sola mostrando su diploma, en otra con alguien que podía ser su pololo o su hermano, y en la última que vi, al parecer salía con su padres.

Nunca supe quien era esa joven, y el porqué de la rotura de aquellas fotos. Se pueden especular muchas cosas, pero todas tienen una denominación común, tuvo que haber sufrido una fuerte decepción como para romper esas fotos y arrojarlas a la calle.

Alguna fuerza natural me decía, se aproxima una decepción académica.

Cuarta estación: El perro desorientado.

Una cuadra más allá de las fotos, divisé a un perro blanco, al parecer perdido, porque miraba a todos lados tratando de buscar su camino. Cuando casi lo tenía encima, me di cuenta que el perro era café oscuro, y era una mezcla que labrador con quilterrier. El pobrecito era muy anciano, ya que estaba cubierto de canas, por esa misma razón lo confundí con un perro blanco inicialmente. Se veía desorientado, cansado, perdido y muy estresado, quizás estaba tan viejo que ni recordaba quien era su dueño, ni donde vivía.

Algo me decía que ese perro significaba algo, pronto estaría desorientado.

Quinta estación: El juicio final.


Llegué a rendir mi examen de Tributario II, muy nervioso y cansado. En mi mente pasaba el deseo de que todo terminara luego, y la vez la esperanza de que no me tocara nunca. Yo era uno de los primeros de la lista, y más temprano que tarde me tocó rendir la bendita prueba.

El profesor fue amable, me hizo tres preguntas fáciles de temas muy generales, pero mi nerviosismo y cansancio fueron mayores, y me quedé en blanco, para variar colapsé en una prueba oral y quedé a fojas cero. El silencio superó a mis palabras, y todas las palabras me llamaban al silencio. Al poco rato escuché mi sentencia, y que hacía justicia a mi prueba, me saqué un 20, y digo me saqué porque en ningún caso el profesor intentó cagarme.

Si bien llegué a pensar que no debía haberme levantado, proseguí con mi vida. Ahora entendía las señales de mi camino.

Sexta estación: El agónico en el mausoleo.

Al salir de la prueba salí a la Bliblioteca que se encuentra a cuadras de mi actual facultad actual. Mi intención era buscar libros para terminar al menos un capítulo de mi Seminario durante este fin de semana. Me fue bien, pude conseguir exactamente cinco pesados volúmenes de libros sobre daño moral y divorcio, y una clave para microiuris.

Durante mi búsqueda bibliográfica me encontré con mi amiga Cony. Ambos nos juntamos en la parte de más atrás de la Biblioteca, una zona donde antes había mesas y ahora hay repisas vacías muy parecidas a los mausoleos y mutuales del Cementerio General. Si bien ella me ayudó a olvidarme del examen y me subió el ánimo, ya que conversamos y nos reímos harto, una nueva señal se manifestó ante nosotros. Cada vez que yo trataba de decir algo me daba una fuerte y ridícula tos; creo que era producto del polvo en suspensión que había en el lugar que debió ser terminada hace más de cuatro meses.

La situación fue un tanto divertida, porque después de cada ataque de tos me daba por decir "agonizo", palabra que al parecer despertó una gran ternura en mi amiga Cony, ya que decidió adoptar mi nueva y recién estrenada muletilla.

Estaba claro, las fuerzas que rigen el mundo no querían que yo hablara hoy. Estaba condenado al silencio.

Séptima estación: Feliz Santo.

Llegué a mi casa por fin, almorcé y traté de relajarme. El sueño llegó como una bendición y me acosté a dormir una siesta reponedora. Estaba demasiado cansando como para seguir haciendo otras cosas, así que era mi mejor opción.

Cuando ya estaba en plena etapa REM de mi sueño, en un mundo feliz donde tributario no existe, una fuerte vibración en mi bolsillo acompañado de un sonido melódico pero metálico, me despertó. Tras luchar con mi propia confusión llegué a la terrible conclusión de que había llegado un mensaje a mi celular. El mensaje era de Su Alteza Real, Doña Fabiola de The Palomera's Island, y decía: "Feliz Santo! Atte la reina fabiola jajaja".

Ahora todo tenía sentido para mi, los espíritus del mundo me hicieron un manteo esotérico para celebrar mi Santo. Muchas gracias.

2 comentarios:

  1. Anónimo1:37 a. m.

    Daniel, tienes la gran gracia de hacerme sonreir aunque las circunstancias de tu vida sean malas, pucha amigo no te digo nada por triturario, solo que el pseudonimo le viene...

    Perdona por no haberte saludado por tu santo, lo hago bien atrasada, Feliz Santo, mi querido amigo, espero que tu agonia ya este terminada y que aunque este lloviendo la vida te ilumine y te de luz (como a la Nicole, la cantante), te lo desea de todo corazón tu cantante favorita "La Leona de la Frontera".

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  2. Anónimo2:58 a. m.

    AGONIZO AGONIZO! con voz de "il padrino" asi te salia! jajajaja tan pero tan chistoso.........no mori! jajajaajaj....nos vemos mañana!!!!!!!!!!

    Bye!!!!!!!!

    Connie.-

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