Mi viaje en grupo hasta la frontera.
Mejor que un Safari.
Tras una semana caótica, en donde incluso pasé una noche de oscuridad, gracias un corte de electricidad programado por Chilectra, jamás informado al edificio donde resido, y que por su acción abrupta me obligó a formatear mi computador y a configurar latamente todo desde cero, tuve el agrado de mejorar mi ánimo, al asistir al más honorable evento al cual se puede aspirar ser invitado, y que es la de la Conmemoración del Natalicio de la Leona de la Frontera.
Este sábado, inicié mi andar apurado, con el fin de llegar con puntualidad inglesa al lugar de encuentro fijado con el resto de los invitados. Sin embargo, de quienes decidimos peregrinar juntos hasta la casa de Anita, la festejada, a ratos era el único ser preocupado de la hora, o al menos así parecía ya que nadie estaba preparado para salir, salvo yo. Cuando lo más selecto del grupo estuvo preparado para salir, y ya resuelto el dilema de qué medio de transporte usaríamos para ir, olvidamos el pequeño hecho que las estrellas de cine, no andan ni en metro ni en micro (bus), así que sólo unos pocos contaban con tarjeta BIP, debiendo prestar una de las mías para salvar la situación.
Fue enriquecedor viajar con aquel grupo, ya que en el viaje en sí, descubrí cosas inimaginables mucho mejor que en cualquier safari. En el metro, aprendí casi por arte de magia, que VIP y BIP son dos conceptos incompatibles, o a lo menos, mi amiga Verónica tiene muy mala suerte, porque mientras ella busca el dinero en su cartera, las cajas del metro estaban vacías, pero cuando lo encontraba, frente a ella había una cola de no menos de cinco personas, y no precisamente pidiéndole un autógrafo. Mejor suerte hubo con la micro, la cual llegó casi instantáneamente.
Como han de suponer, la flora y fauna dentro de la micro era muy diversa, a niveles que nosotros llegamos a desentonar en aquel entorno, más prudente hubiese sido llevar un cucalón, pero a esa altura era imposible conseguir uno, por suerte, una cámara salvó la situación, dando a conocer nuestro estatus de turista, inmortalizándonos entre los habitantes del lugar. Un momento de jolgorio regalado por la naturaleza, fue un espectacular frenazo que dio el chofer, el cual casi eyecta a un par de señoras, para dejar pasar a dos patrullas de Carabineros los cuales viraron hacia el sur, y al rato, dieron vuelta en U para ir en dirección norte, dándole preciados tres minutos de ventaja a los delincuentes.
Tras una hora de viaje llegamos a destino, instante preciso en que tuve la fuerte sensación que Ricardo Montaner estuvo en ese paradero, ya que se me vino a la mente la letra de una conocida canción interpretada por él y que dice: "en el último lugar del mundo, al lado de la cordillera". Pero lejos de crítica, hay algo muy positivo que he de reconocer, y es la diferencia entre vivir en el centro de la urbe y el hacer soberanía, radica en que si yo tengo palomas, Anita tiene aguiluchos y toca clase de aves rapaces, si yo tengo lluvia ácida, ella tiene nieve.
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